lunes, 25 de febrero de 2013

Portación de cara


Hoy más que nunca es valida esta frase que se suele escuchar en lugares de esparcimiento público. En estos, mediante sus dueños de alto poder adquisitivo, se les baja linea a las fuerzas de seguridad de turno para que a la clase más popular de este país, cuya mayor virtud no se muestra en su imagen, se la margine de todo tipo de entretenimiento bajo el pretexto de que al tener un rostro "no normal" podría llegar a alterar el orden del evento en cuestión, en el que solo los "civilizados" pueden asistir. ¡Y claro!, más vale prevenir que curar decía un viejo dicho que aplicado al caso, no tiene mucha coherencia.

Desde hace ya un  torneo que se implementó el sistema de identificación de alborotadores mediante huella digital, el cual consiste en colocar la yema del dedo en un lector que determina, mediante una averiguación cibernética de antecedentes, si uno es apto o no para entrar a las canchas de fútbol de nuestro país. Ahora bien, la cuestión no pasa mucho por ahí en este caso, ya que al fin y al cabo esa especie de derecho de admisión no ha prohibido el ingreso a ninguno de los más violentos, es más, durante el Torneo Inicial 2012 se registraron la suspensión de partidos, incidentes fuera y dentro de los estadios y hasta cuchillazos a jugadores en el ascenso. Sin embargo nos centraremos en la forma arbitraria en que la policía escoge a los que probarán suerte en dichos aparatos. ¿No resulta extraño que mayoritariamente a los muchachos de tez morena, vestidos con conjuntos deportivos y gorras con la visera para atrás, sean los únicos que se jueguen su suerte de entrar a la cancha? pareciera ser que los uniformados al querer combatir la violencia en el fútbol terminan por acrecentar el racismo y la xenofobia, marginando a los que corrieron con la dicha de nacer bien dotados en su aspecto facial de este pedazo de aparataje. Bajo esta conclusión podríamos suponer que hay una relación inversamente proporcional, ya que si bajamos el nivel de discriminación hacia los espectadores, aumentarían las agresiones en los estadios, "estaríamos en presencia de un autentico caso de costos de oportunidad", diría un economista. 

Yo quisiera saber que sentiría aquel operario de las fuerzas de seguridad si la tortilla se diese vuelta, es decir, que para que ellos puedan realizar su labor, el pueblo futbolero les aplicase un derecho de admisión idéntico al que manejan, en el cual se cargue a un sistema todos los antecedentes que tengan los policías en espectáculos deportivos, desde recurrir a la violencia para apaciguar un supuesto desbande hasta provocar la muerte a un simpatizante que alegre como pocos, esperaba llegar al palacio de sus sueños para despejarse del agobio laboral de la semana. Sin dudas que más de uno se quedaría sin trabajo y tal vez, en una de esas remotas posibilidades, se lo podría educar para que se de cuenta de una vez por todas, que es parte de nosotros, parte de ese muchachito que margina por su aspecto, parte de la señora y su criatura que empuja con su escudo, parte de una sociedad que pide a gritos una solución a sus representantes, que responden con la administración del delito a una cuestión cultural, social y educativa.

Espero poder vivir aquel día en que el racismo uniformado se de cuenta (sin rencores de por medio, el hincha tiene que pregonar con el ejemplo) que el pseudo-objetivo de sus superiores no puede ser alcanzado con sospechas, prejuicios ni marginaciones, sino sabiendo comprender que no es el que paga religiosamente su entrada y viste mal, el que causaría una hipotética muerte en nuestro deporte.