martes, 23 de febrero de 2010

¡Te imaginas si entraba!

(tomese todo lo que se dice como una total ficciòn)


Vos no sabes lo que era esa época, era increible, la gente con dudas de lo que pasaba pero se podía olfatear un aroma nefasto en el territorio argentino, pero más allá de lo terrible que era lo que se vivía, nosotros, como boludos, ajenos a todo, vibrábamos con los goles de Kempes y Luque como si fuésemos un país de primer mundo. Todo era color de rosas, con ese equipo, con El Pato que no dejaba pasar ni el aire, con Passarella, El gran Capitán, que era una muralla indestructible abajo y con la destreza de Houseman, Gallego, y Bertoni que hacían que el equipo tenga fluidez y gol. Estaba todo dado para que demos la vuelta, esa tarde del 25 de junio, en la cancha de River ante un mundanal de gente, de papelitos y de colores azul y blanco que inundaban las tribunas de esa mole mitad cemento y mitad humana, pero un segundo, un puto instante, quiso que todo ese paraíso se convirtiera en terror y muerte.
El partido venia muy reñido, los dos equipos se andaban cagando a pelotazos, su arquero y el nuestro respondían bien, hasta que el Matador apiló a un defensor mientras otro intentaba apretarlo y definió barriéndose con la salida del arquero, no sabes lo que fue eso, la cancha se venía abajo, un mundo blanquiceleste caia en la popular como lluvia torrencial.
Ya en el segundo tiempo la cosa seguía igual, los holandeses eran duros, se defendían bien pero atacando eran muy rápidos, ya faltando ocho para el final, ese que había entrado a pocos minutos de empezar el segundo, un tal Nanninga ponía las cosas en pardas, hubo un breve silencio y luego el nerviosismo fue tal que cesaron los gritos hasta el momento trágico, a los noventa minutos, cuando el match se encaminaba definitivamente al suplementario, apareció él, que no se me viene ahora el nombre a la cabeza que la empujó con la salida del Pato y entró pegadita al poste derecho, ahí el estadio enmudeció, fue tal el silencio que se podía oír el festejo desencajado de los holandeses, ese fue el instante donde el país se derrumbó por completo, pasó como yo pienso, mientras uno más se ilusiona con algo, si eso no se cumple, la desilusión es aún mayor, esto pasó acá en una magnitud drástica porque había sido una bola de ilusiones que se fue agrandando con el correr de los partidos y se deshizo en un segundo.
Luego del pitazo final, la gente salió despedida como un misil, furiosa, en llamas, rompiendo todo lo que tenía alrededor, todo el país imitaba estas actitudes, parecía que había llegado el apocalipsis, pero lo peor ocurrió un día más tarde.
En cadena nacional y ante una multitud incalculable de televidentes y radioescuchas, el hijo de puta de Videla anunció que hasta que no ganásemos otro mundial él iba a seguir en el cargo. Entonces fue así como afrontamos el desafío de España, pero gracias a esta frustración el tema del mundial fue una cuestión que superaba cualquier otra.
Mientras desaparecían y morían miles de personas, la gente, muy ingenua, veía por la tele como adiestraban a los jugadores como milicos para ganar en el 86, y así fue como el inútil de Maradona les regalaba a Videla, Massera y Agosti, envuelto en un paquetito, esos dos goles de mierda, uno con la mano, que mucha gracia no causó y el otro luego de gambetear al arquero y definir de taco y con las manos en la cintura, sobre la línea de cal, para dejar la peor imagen existente de nosotros, los argentinos, ya humillados por los Ingleses en las Malvinas y vueltos a humillar por este gordito que nos dejaba mal parados a todos. Y todo finalizo con otro regalo a los dictadores del desastre de Burruchaga que le definió de puntín al arquero luego de esa corrida de mierda, y de esta forma le cumplieron el sueño a Videla.
Pero el “trio asesino”, como se los llamaba en esa entonces, decidió quedarse siete años más en el poder hasta el 93.
Ya para el 90 las cosas estaban desdibujadas, ya se sabía de antemano que el partido con Italia estaba arreglado, por eso al muerto de Goycochea le tiraron unos pesos y listo, en los penales vio como la pelota entraba. Poco nos importó porque nuestras miradas estaban enteramente abocadas a lo que pasaba localmente.
Ya con la Copa América en manos, 60000 víctimas entre muertos y desaparecidos y la guerra de “Malvinas, segunda parte” en el 92, la cual terminó de imponer cifras aterradoras en la historia argentina, Videla fue sacado a patadas nada más ni nada menos que por el padre de la democracia, el icono patrio argentino más grande de los últimos tiempos, el que fuimos a votar con boleta en mano esa mañana lluviosa de junio del 93, quien tiempo antes supo recitar el preámbulo de la constitución con demostrando su inmensa fidelidad a la patria, el gran Carlos Saúl Menem.