jueves, 21 de enero de 2010

Fútbol en ojotas

En los estadios de fútbol, más bien en los pocos donde rueda alguna pelota, se puede apreciar un fútbol rústico, poco emocionante, con algunas piernas fuertes y hasta falto de jugadas destacadas, pero este no es el tema que nos compete. Nos centraremos en las tribunas, esas moles de hormigón que fueron levantadas con el fin de crear una cultura, en este caso, veraniega. No precisamente en estas estructuras si no en lo que hace de estas una verdadera fiesta: el espectador.
Con el tiempo este tipo de partidos se fue multiplicando ya que muestra a las estrellas de los equipos en los lugares más recónditos del país y porqué no, genera unos buenos pesos para algunos.
Gracias a este intento de promocionar el fútbol, nos encontramos con dos tipos de espectadores que se destacan por sobre el resto debido a que, si bien tienen algunas similitudes, son como dos polos opuestos. Sé que este concepto es bastante amplio pero vale la pena analizar estos personajes. Uno es el joven poco incursionado en el rodaje tablonero, oriundo de la ciudad donde se dispute el match este siempre viste un pantalón de jean y una remera con alguna inscripción rara la cual nadie comprende y siempre anda en ojotas, cada tres palabras sale de su boca un “boludo”, frecuenta boliches todas las noches que pueda en la ciudad y siempre tendrá un celular valuado en libras esterlinas.
Ahora veremos el otro extremo, este un poco más tribunero, ya con algunos años más, vestido con la camiseta del club y un pantalón deportivo, concurre a los estadios con una botella cortada a la mitad en cuyo interior hay una mezcla de bebidas con contenido alcohólico. Nunca dejará pasar el detalle de la gorra en su cabeza como tampoco los parecidos en cuanto a algunos aspectos correspondientes a lo exterior.
Pero usted lector, se preguntará ¿Qué los hace tan diferentes?, muy simple: lo interior.
Imaginemos un cruce en la calle. El joven camina tranquilo por la calle cuando e venir al otro individuo de frente, en el primero se pueden advertir dos reacciones: pasará al lado de él casi atinando a taparse la nariz y saldrá del encuentro pensando mil y una cosas sobre su color de piel y su aspecto en general o cruzará de calle pensando que es algo así como un Padre Grassi violador-ladrón y seguirá camino pensando como contará el momento que pasó a un amigo, arreglado de tal manera que parezca que haya sobrevivido a una salidera bancaria.
Bien, ahora veamos que sucede en un encuentro de estos personajes, uno al lado del otro, en una tribuna del estadio José María Minella de Mar del Plata. Lo primero que ocurrirá para que se inicie un cruce de palabras entre estos dos será un incidente menor, por ejemplo algún anuncio por la voz del estadio, algo que ocurra dentro del campo de juego o simplemente una ocurrencia que ocurra entre ellos, ahí comenzará la charla el experimentado siempre con la intención de hacer nuevos amigos donde sea, pero el joven intentará eludir sus palabras contestando con si o con no, aunque algunas vez dirá alguna frase un poco más elaborada, aproximadamente de cinco palabras, siempre con el fin de que el dialogo le sea lo más leve posible. Se preguntarán los pálpitos para el encuentro, el joven dirá un resultado de pocos goles pero favorable a su equipo y el otro señor dirá de una “Hoy les rompemos bien el orto”. Hablarán un poco de fútbol, donde en ambos bandos se destacarán solamente las virtudes de las máximas figuras del equipo, hablarán un poco sobre partidos del recuerdo, más bien el habituado hablará de eso rememorando partidos y jugadas no tan olvidadas en el tiempo y así, para el alivio del joven, terminará la conversación con la salida de los equipos a la cancha para disputar estos intrascendentes pero ricos en cultura partidos de verano.

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