miércoles, 23 de septiembre de 2009

La Perfección Asesina

Esta era una familia común, todos los sábados a la noche se juntaban para comer, charlar y así pasar un buen momento en familia, los chicos jugaban entre sí y los más grandes discutían sobre diversos temas. Por más que no hubiese nadie del ambiente futbolístico, este era un tema habitual: José, el doctor, hablaba con Pedro sobre sus respectivos equipos, Pablo, el pintor, le gritaba a su sobrino Hernán sobre que su equipo de primera, Deportivo San Agustín, era el mejor de la zona, El Joven Matías, fanático del futbol europeo, recordaba las jugadas de sus ídolos junto a su primo Martín, pero entre tantos fanáticos se encontraba uno, Alberto, cuya profesión no le permitía opinar con tanta fluidez, claro, era juez de línea: en estos temas permanecía callado y cada tanto le preguntaban algo a lo cual respondía “va a ganar el mejor”, “Voy a cobrar lo que vea” o simplemente omitía su opinión.
En esa entonces el campeonato andaba por su fase inicial por lo cual no había mucho para discutir pero igual siempre había un lugar en la mesa para la polémica hasta que un sábado, aproximadamente a las diez de la noche, Alberto recibe un llamado en el cual se le informaba que iba a comenzar a dirigir en la primera categoría del fútbol de la zona. La emoción estalló ni bien lo comentó con la familia, toda la parte futbolera de esta se le tiró encima para abrazarlo.
Así pasaban los sábados donde siempre a la misma hora recibía la noticia sobre cual iba a ser el partido en el que le iba a tocar dirigir, en cada brindis estaba presente el deseo de suerte para Alberto con un siempre sarcástico “Guarda que el nueve de ellos se adelanta mucho”.
Pasaban los partidos y su rendimiento era cada vez mejor, físicamente tenia una resistencia ejemplar para su categoría, y en el aspecto arbitral, no se le escapaba ninguna, casi no se equivocaba, tenia partidos donde se producían jugadas que solo el podía juzgar. Era entrevistado por diferentes medios de la zona los cuales se sorprendían por su manera de hablar la cual poseía total objetividad y usualmente era invitado a uno de esos programas transmitidos un día de semana a la tarde donde respondía a todas las preguntar que le hacían.
Por otro lado Deportivo San Agustín, el equipo familiar y especialmente de Pablo, le iba bastante bien, su juego era muy bueno, los delanteros no paraban de meter goles, el arquero no dejaba pasar ni el aire por la red y el resto mantenía un nivel muy elevado. La táctica implementada por el director técnico, Rodolfo Reyes, era comparada con la del gran equipo de River campeón de la intercontinental del 86, todo parecía marchar como para el campeonato.
La familia estaba enloquecida, cada partido lo vivía como el último, siempre que jugaban de local se hacían presentes en la platea Carrasco para disfrutar y vibrar con el espectáculo, cada jornada era inolvidable, sea como fuese, ganando, perdiendo o empatando siempre se iban con la misma cara de felicidad y la misma ansiedad con que llegase nuevamente el domingo para ver al equipo de sus amores.
En el mes de Mayo, exactamente el 5 de este mes, Alberto fue galardonado por su desempeño por el diario deportivo más importante de la provincia, este, en una elegante ceremonia en un finísimo salón del centro, le entregó el premio al deportista destacado del mes, increíblemente, por primera vez se lo entregaban a un juez de línea, ni siquiera un arbitro fue premiado y el ya hacia historia. Muy emocionado y con algunas lágrimas en el rostro subió al escenario y entre tanta agitación dio un mensaje alentador hacia los jóvenes para la práctica del deporte.
Pasadas las dos semanas de este acontecimiento, Deportivo San Agustín y Atlético Patria llegaban a la última fecha igualados en puntos y en esta se debían enfrentar entre sí.
El sábado previo al partido fue especial, de lo único que se discutía era sobre el partido, todos hablando sobre quien iba a marcas al nueve, que el ocho de los otros era buenísimo, que los defensores no podían cometer fules cerca del área, todo era pura especulación. A las diez de la noche Alberto recibió el ya clásico llamado donde se topó con una gran sorpresa, la más grande en su vida, en el momento en que le dieron esa información se quedó sin aliento, iba a dirigir en la final. Al comunicar la noticia todos se quedaron mudos y luego lo abrazaron y lo besaron hasta que se realizó el brindis, donde Pedro lo encabezo con la frase “Por que Alberto haga vista gorda a algunos detalles”, esto sonó gracioso para todos menos para el protagonista que le dejó un leve sabor raro.
Había llegado el día del partido, Alberto preparó toda su ropa y se subió a su auto para ir al estadio de San Agustín; Su familia hizo lo mismo pero con menos apuro. Alberto llegó primero, se vistió y comenzó con el calentamiento previo mientras que la familia recién se acomodaba en la tribuna. Faltaban minutos para el encuentro y las autoridades de este debían entrar al campo de juego, Alberto muy tranquilo atravesó la manga y cuando pisó el césped se dio cuenta que iba a ser un partido diferente, uno en el que especialmente no debía fallar. El sol radiaba fuertemente, la cancha estaba llena, en las tribunas había un cotejo aparte y ya a las tres de la tarde el árbitro dio el pitido inicial.
Todo comenzó con un juego muy brusco, los equipos generaban juego por las puntas, los delanteros no llegaban a tocarla mucho pero a pesar de esto los arqueros se lucían con sus atajadas. El partido siguió igual de reñido hasta que el árbitro, cuyo trabajo no fue muy bueno pitó el final de la primera etapa.
La familia comentaba el partido donde no faltaba la critica a la terna arbitral, esta no era del todo buena ya que el arbitro principal, Miguel Simón había cobrado muchas faltas para el equipo rival, así que Pablo sintió un poco de descontento con eso pero se olvidó cuando los equipos volvieron al terreno de juego.
Empezó el segundo tiempo pero con la particularidad de que Alberto iba a dirigir el ataque de San Agustín justo del lado de la platea Carrasco, cuando se dirigía hacia la línea de cal sintió un poco de temor con lo que vayan a ser sus decisiones. El partido seguía igual de duro, no se lograban sacar ventajas, para el arbitro definitivamente no era su día, no cobraba bien, cobraba poco para San Agustín; Pedro comenzó a acumular bronca en la tribuna, no parada de transpirar, no decía ni una palabra hasta que, en una pelota que el diez local envía hacia el nueve Alberto levanta acertadamente el banderín y Pedro no soportó más, al grito a todo pulmón de “¡Qué cobrás!” le arrojó una piedra que estaba a su alcance con toda su furia, al pobre Alberto que estaba de espaldas y cayendo al piso agónicamente, como ya esperándose un trágico final, todo el mundo se le fue encima, pero ya era tarde, murió desangrado.
Al día siguiente Pedro fue condenado a cadena perpetua y fue el velatorio de Alberto, donde todo un pueblo lo lloró, pero especialmente quedó gravada en la mente de cada uno la frase de su lapida la cual decía “Para un hombre cuya perfección fue su muerte”.

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